Si bien los eruditos en el tema definen la actividad de juego de diversas maneras y la clasifican en diferentes etapas a lo largo de la vida del niño entre 0 y 7 años, todos convergen en que el juego es la actividad más significativa y ocupación principal de la vida de todo niño.
Este surge naturalmente como una forma de expresión corporal que produce placer y ofrece un espacio significativo para la práctica de diferentes habilidades necesarias para el desarrollo. A nivel motor, surge como la fuerza impulsora que potencia la acción en diferentes planos del espacio; a nivel cognitivo, pone en marcha el desarrollo del pensamiento para la comprensión del entorno físico y social; y a nivel socioemocional es donde adquiere principal importancia, pues permite al niño expresar y reconocer emociones, conocer la empatía y las normas necesarias para convivir en el mundo social que lo rodea.
Bajo la premisa del juego como rol único y fundamental dentro del aprendizaje infantil, es necesario conocer cómo el adulto próximo puede favorecer el desarrollo psicomotor, potenciando y maximizando las instancias de juego en la vida cotidiana del niño.
Para comprender a cabalidad la manera correcta en la que los adultos debemos jugar con los niños, siempre se debe tener en cuenta esta idea fundamental: el juego es una actividad libre y autodirigida del menor y que nosotros tendremos el privilegio de formar parte de su mundo interno durante el periodo en que se desarrolle esa instancia lúdica.
Por ende:
- Sugiere escenarios para el juego y nutre con más ideas, sin sustituir las del niño.
- Permite que te otorgue un rol y pregunta qué puedes hacer y cómo debes hacerlo.
- Acoge la expresión y da libertad, respetando sus elecciones y brinda un espacio relajado y cómodo.
- Da seguridad, pero no sobreprotección, participando de manera activa y con tu cuerpo disponible para cualquier colaboración que se requiera.
Es necesario siempre tener en cuenta la edad, para ajustar las demandas de la actividad al contexto de cada niño.
Con los pre escolares fantaseamos situaciones de la vida real para potenciar el desarrollo de la imaginación simbólica, construyendo hospitales, cocinas e incluso colegios en la sala de juego. Los adultos nos convertimos en estudiantes, enfermos, colegas e incluso en niños otra vez. Es importante contar con el tiempo necesario para poder gozar y participar del juego con el niño, sin coartar la duración que él o ella quieran darle.
Más tarde, en los niños mayores a 6 años, aparece la necesidad de demarcar el juego con reglas para favorecer el desarrollo social. La invitación va dirigida a convertirte en un mediador y facilitador del juego y para ello no se puede olvidar que las reglas siempre deben ser acordadas y aclaradas en conjunto y al comienzo del juego, para que no exista ninguna posibilidad de que este se arruine.