Los pros de vivir con un cocinero son inmensos, si desde que él es el que se encargue de la alimentación de todo un hogar, que se le ocurre que hacer en el último día del mes (cuando no queda nada en la despensa), que es un hombre completo, para nada neardenthal, que me hace reir porque tiene un humor de cocina, ese a flor de piel, en fin.
Sólo hay UN PERO, un gran pero que hay días que me afecta más de lo normal.
Desde que conocí a Feña, siempre supe que tendría horarios de mierda, horarios que sólo una “persona especial” puede aguantar. Porque, siendo sincera, ¿aguantarías que tu pareja salga de la casa a las 5 de la tarde y vuelva a las 3 de la mañana y duerma hasta las 12:30 porque está cansado? ¿aguantarías que tu pareja tenga que trabajar dos semanas de la misma manera? ¿aguantarías sólo verlo un par de minutos al día?
Lo amo mucho, y desde el día 1 sé que la situación iba a ser así y peor. Pero también quiero confesar que me cansa no verlo durante dos semanas a menos de sus días libres y el domingo (dando gracias a Dios que en el lugar donde trabajan son lo suficientemente conscientes de que necesitan un día extra para descansar) porque es poco tiempo y me da pena no verlo, ni darle besos como corresponde o simplemente hablar de la inmortalidad del cangrejo (como lo hacemos el 99% de las veces).
Hoy lo echo de menos.